lunes, 14 de febrero de 2011

Interlunio.

Lino Enea Spilimbergo,
aguafuerte,
Interlunio, Sur, 1937
de Oliverio Girondo.

"¿Cómo explicar su cansancio, ese aspecto de casa manoseada y anónima que sólo conocen los objetos condenados a las peores humillaciones?...
¿Bastaría admitir que sus músculos prefirieron relajarse a soportar la cercanía de un esqueleto capaz de envejecer los trajes recién estrenados?...¿O tendremos que persuadirnos de que su misma artificialidad terminó por darle la apariencia de un maniquí arrumbado en una trastienda?...
Las pestañas arrasadas por el clima malsano de sus pupilas, acudía al café donde nos reuníamos, y acodado en un extremo de la mesa, nos miraba como a través de una nube de insectos. (...)
Entre la incesante humareda del cigarrillo, su voz- llena de hollín- resonaba como si fuese emitida por una chimenea, y mientras su inmovilidad adquiría la borrosa impavidez del retrato de alguien que ya nadie recuerda, su dentadura postiza se obstinaba en inventar las sonrisas menos oportunas (...)


(...) ¿hubiéramos logrado contemplar la maraña de sus arrugas, imaginarnos todas las noches perdidas, todos los rumores huecos y desvalidos que,  al estratificarse con una lentitud de estalactita, le habían formado unos repliegues de cansancio que ni la misma muerte conseguiría planchar?...
Para recorrerlas de un extremo al otro sin perderme, yo, por lo menos, me veía forzado a examinarlas con el mismo detenimiento que se siguen las rutas de un plano y, demasiado absorvido por sus accidentes, rara vez lograba escuchar lo que decía. (...)
A pesar de que mi desgano le ingiriese en pequeños trozos, no tardé en enterarme, sin embargo, de una cantidad de anécdotas más o menos turbias de su vida: la bancarrota- con suicidio y demás accesorios- de su padre, su tránsito por dos o tres empleos; la necesidad de irse comiendo los gemelos, el frac, el sobretodo; los primeros síntomas del hambre- pequeños escalofríos en la espalda, pequeños calambres sordos y desesperantes-; mil sucesos en todos los meridianos, en todos los ambientes, hasta llegar a Buenos Aires, que- según él- ¡era algo maravilloso! (...)
Es así, desde antes de embarcarse para la Argentina, ya se la representaba como una enorme vaca con un millón de ubres rebosantes de leche, y cómo a los pocos días de ambular por Buenos Aires, había comprendido que, a pesar de su apariencia de ciudad bombardeada, la pampa acababa de aproximarse al río para parirla. (...)


Recuerdo que fue en uno de esos cafés que no pegan los ojos. Las sillas ya habían trepado a las mesas para desentumecerse las patas, mientras que- con un gesto que ha olvidado hasta el campo- un mozo sembraba aserrín sobre las baldosas humedecidas.
Sentado ante una pequeña copa que contenía un menjunje con cierto aspecto de colirio, un hombre parecía dudar entre ingerirlo o lavarse con él una pupila. De toda su persona trascendía un fracaso tan auténtico y definitivo que inmediatamente, lo reconocí. Su palidez de vidrio esmerilado, su barba tejida por una araña, su chambergo descolorido y sucio, le daban no sé qué semejanza con esos faroles que nadie se ocupa de apagar y que sufren la luz despiadada de la mañana (...) Urgía sustraerlo de ese marasmo.


Aquí en cambio, la tierra es limpia y sin arrugas. Ni un campo santo con cruz. Se puede galopar una vida sin encontrar más muerte que la nuestra. (...)
En la ciudad, la vida no es menos libre. Por todas partes corre un aire de improvisación que nos permite ensayar cualquier postura.
Buenos Aires, en cambio, en ciertos parajes por lo menos, terminaba bruscamente, sin preámbulos. Algunas casas diseminadas otras, dados sobre un tapete verde, y de pronto: el campo, un campo tan auténtico como cualquiera. Parecería que el arrabal no se animara a distanciarse del adoquinado. (...)


En ninguna parte se encuentra un cielo tan rico en constelaciones. Al contemplarlo de esa manera todo lo demás desparece, y por muy poco que nos absorvamos en él, se pierde hasta el menor contacto con la tierra. Es como si flotáramos, como si, reclinados en una proa, mirásemos unas aguas tan serenas que inmovilizan el reflejo de las estrellas.
Diluido en esa contemplación había logrado olvidarme hasta de mí mismo, cuando, de repente, una voz pastosa pronunció mi nombre. (...)
En lo más profundo de mí mismo se erguía la certidumbre de que la voz que acababa de oír era la de mi madre. (...) Como si se lo confiara a sí mismo agregó, después de un silencio: y lo peor es que la vaca, mi madre, tiene razón. Yo no soy, ni nunca he sido más que un corcho. Durante toda la vida he flotado, de aquí para allá, sin conocer otra cosa que la superficie. Incapaz de encariñarme con nada, siempre me aparté de los seres antes de aprender a quererlos. Y ahora, es demasiado tarde. Ya me falta coraje hasta para ponerme las zapatillas. (...)


Es muy posible que, acosado por el espanto de quedarse dormido, a estas horas se encuentre en algún café, con el mismo cansancio de siempre... con un poco de caspa sobre los hombros y una sonrisa de bolsillo gastado.
Esto último es lo más probable. Su madre, la vaca, lo conocía bien."

Interlunio, Sur, 1937, Oliverio Girondo.
Fragmentos extractados entre las pp. 192- 201.
Aguafuertes de Lino Enea Spilimbergo.

El disparador de este pequeño análisis fue la imagen del comienzo, la cual se exhibe en el marco de la  muestra "Grandes Autores, Grandes Ilustradores" que ofrece el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, hasta el 8 de marzo de 2011. Ir al Sívori siempre es placentero, es una especie de oasis en el corazón de Buenos Aires, sumado a la calidad de las exposiciones que allí se pueden disfrutar, es casi obligatorio darse una vuelta y entrar. Me cautivó el grabado de Spilimbergo, no lo conocía, como la mayoría de los que exhiben en la muestra, pero me movilizó a buscar el texto y descubrir similitudes, concordancias en los relatos, visual y verbal, etc...en fin, jugar, como se habrán dado cuenta, me fascinan los libros ilustrados y hasta que no se atraviesa la experiencia de leerlo, en mi opinión, uno no sabe ante qué clase de maravilla se encuentra. Citando a Mujica Láinez, en palabras de Alejandro Vaccaro, quien prologó el catálogo de dicha muestra: "ilustrar no es solo como el diccionario dice: adornar un impreso con láminas o grabados alusivos al texto, sino también de acuerdo con el mismo diccionario, ilustrar es hacer ilustre. O sea que el verdadero ilustrador por un lado debe contribuir a clarificar el texto con imágenes alusivas, y por el otro su aporte debe enriquecerlo en dignidad y trascendencia". Cada texto ilustrado es un conjunto, una unidad compuesta de imágenes y palabras, que se enriquecen y se cuentan mutuamente. La imagen no cumple la función de  acompañar al texto, sino que la narración visual es simultánea a la verbal y crea su propio relato poético, anclando sentidos, desechando algunos y  resignificando otros. 
El poeta argentino Oliverio Girondo ( Bs. As.1891- 1967), desarrolló su obra, y este relato en particular, en una época de profundas transformaciones sociales y artísticas. Pasó gran parte de su infancia y juventud en Europa, estudiando en colegios de Londres y París, lo cual le permitió conocer a los protagonistas de los movimientos europeos que conmocionaron el viejo continente en las primeras décadas del siglo XX y tomar el espíritu experimentador que proponían las vanguardias como principio estético. Interlunio, publicado en 1937es su cuarto libro, y según los estudiosos, en él se percibe un cambio en su escritura y sobre todo en su percepción del mundo exterior.
Lino Enea Spilimbergo (Bs As 1896- Unquillo 1964), fue un gran artista plástico argentino, maestro de maestros, eximio dibujante, grabador y pintor. Cuentan en sus biografías que era muy riguroso y disciplinado en el estudio y en el trabajo. Profesor Nacional de Dibujo, egresado de la Academia en 1917; incidieron en su obra el estudio de los maestros italianos de siglo XV  (1400), las enseñanzas cubistas impartidas por  André Lhote en París, y el arte metafísico de Giorgio De Chirico.  Spilimbergo se interna en el misterio del espacio pictórico, en palabras de Diana Wechsler: " (...) desarrolla un recorrido en donde la síntesis plástica y un arte vinculado a lo social ocupan un espacio protagónico." En esta serie de once grabados (aguafuertes) que realiza para Interlunio, aplica la mayoría de los recursos plásticos y compositivos característicos de sus pinturas, reducidos en escala y con una mayor síntesis lineal cuando aborda esta técnica, pero conceptualmente responde a los mismos principios, a saber: trabaja con sentido monumental, jerarquiza a las figuras y las concibe con una racionalidad a partir de la cual geometriza los volúmenes y los simplifica hasta lo esencial, aumenta el tamaño de los ojos centrando el interés de los rostros en ellos, reduce y comprime los espacios, por lo que, inevitablemente, los personajes desbordan el espacio plástico y éste último, responde a una composición arquitectónica. Con Girondo transita el umbral entre la realidad y la ficción. 
 Cuando se publica este relato nuestro país atravesaba la conocida popularmente como "década infame", un período de sucesivos gobiernos autoritarios, inaugurado por el golpe de Estado perpretado por el general J.F.Uriburu el 6 de septiembre de 1930, que se prolongó en diferentes mandatarios de similares características durante trece años, todos ellos desentendiéndose absolutamente del hambre, la desocupación, la miseria y la situación de marginalidad que soportaba y padecía un alto porcentaje de la población. Europa atravesaba la demoledora experiencia del período de entreguerras, comprendido entre el final de la primera guerra mundial (1919)  y el comienzo de la segunda (1939), veinte años de un profundo desencanto que transformó invariablemente la mirada de la mayoría de los artistas respecto al mundo, al hombre y a su propia obra. 
En este contexto, vió la luz Interlunio, que algunos catalogan de patético y alucinante, sin embargo, yo diría, que, además de ser maravilloso, es lo más coherente que podían producir una dupla de artistas atentos, comprometidos y, sobre todo, argentinos, como Girondo y Spilimbergo, en ese momento y en este lugar; pone en escena el clima de la época, la desazón, la desesperanza y el vértigo permanente de la incertidumbre acerca del destino más inmediato. El relato narra la llegada a Buenos Aires de un escritor europeo, desalentado y decrépito, que huye de la situación del viejo continente y busca en estas pampas la paz que allí se había perdido, pero tiene terror de conciliar el sueño y el cansancio lo destroza. En un momento afirma irónicamente: "Europa es como yo- solía decir- algo podrido y exquisito,(...) La tierra ya no da más. Es demasiado vieja. Está llena de muertos." Los grabados que ilustran el libro ayudan a caracterizar ese espectáculo pavoroso y desalentador en que se había convertido el mundo que tanto el poeta como el artista tenían ante sí. El mundo del hombre ya no ofrecía ninguna posibilidad de salvación por lo que ambos, y los creadores en general, se refugian paulatinamente en el mundo de la poesía, verbal y visual. 
 El poeta afirmaba en 1933: "Aspiro a un arte de carne y hueso, con cerebro y con sexo, un arte para todos los días, un poco popular, un poco desgarrado- si se quiere- ; pudoroso en su impureza, contenido dentro de la más absoluta libertad de expresión".  En palabras de Diana Wechsler: "Estas expresiones sintetizan la orientación que dieron a sus trabajos Spilimbergo y Girondo. Sostuvieron productivamente la tensión entre una estética nueva y un arte involucrado en una dimensión de lo social". Algunos críticos lo caratularon como un monstruo de dos cabezas, por el contrario, creo que es un ejemplo contundente sobre la cultura de mezcla que se generó en Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo XX, un movimiento de características propias, entendido como la combinación de elementos de distinta procedencia dentro de un campo cultural activo y altamente receptivo a las influencias extranjeras. Ni europeos, ni periféricos, ni des-centrados,   simple y complejamente...porteños.